Erase una vez que vivían en la campiña hace mucho tiempo, una
familia compuesta por una mujer llamada Olga y sus tres hermanos: Iván el
imbécil, Tearás el Banquero y Semán el Guerrero. No tenían demasiado, pero eran
felices en una relativa armonía.
Iván el Imbécil trabajaba sembrando y arando la tierra como
un mujik. Su hermana Olga también hacía lo propio y entre los dos alimentaban a
Semán el Guerrero y Tearás el Banquero, que no daban ni golpe.
El Demonio, no se sentía satisfecho de esta situación y
quería sembrar discordia entre estos campesinos. Para ello, ideó un malvado
plan: envió a tres Demonitos para crear malestar y enfrentamiento entre los
cuatro hermanos.
Un bien día, se encontraba Iván el Imbécil entre unos campos
labrando y roturando las tierras, cuando un Demonito se escondió bajo la
campiña y obstruyó todo lo que pudo el arado del Imbécil y acabó rompiéndolo.
Entonces, el Mujik lo atrapó y le iba a dar muerte cuando el pequeño Diablito
le ofreció una gracia si le perdonaba la vida. El Imbécil accedió y a cambio de
ello recibió el don de convertir en monedas de oro las hojas de los árboles del
bosque. Inmediatamente, y en señal de agradecimiento, le dijo al Demonito: -Ve
con Dios-. Y al pronunciar esta palabra, el Diablillo se vio difuminado y
desapareció en el acto. Extrañado por ello pero contento por las monedas, Iván
regresó a su hogar y regaló dichas monedas a su hermano Tearás el Banquero.
Lo que hizo a continuación Tearás fue dar un préstamo a un
honesto campesino, pero este no pudo reintegrárselo y el Banquero le quitó la
vaca con la que se mantenían el hijo y la mujer del campesino. Inmediatamente,
Iván el Imbécil no volvió a dar ninguna moneda más a su hermano Tearás, el cual
se arruinó y volvió a vivir con sus hermanos en su rústica cabaña.
Unos días después, regresó Iván a lomos de su caballo, pero
un segundo Demonito envenenó la hierba y el equino enfermó. Iván atrapó de
nuevo al Diablillo y le cortó la cola disponiéndose a ejecutarlo golpeándolo
contra el suelo. Como ya hizo el primer Demonito, el nuevo suplicó por su vida
y le dio una semilla mágica con la cual Iván pudo sanar su caballo. Otra vez,
de nuevo Iván pronunció las santas palabras –Ve con Dios-, y el Demonito
desapareció. El Diablo grande, Belcebú, Satanás, Lucifer, viendo que el segundo
de sus sirvientes no regresaba, envió un tercer Demonito para sembrar
nuevamente el malestar, discordia y odio entre Iván y sus hermanos.
Unos días más tarde, se dispuso el Imbécil a talar con una
sierra los árboles del bosque para construir una nueva cabaña. Estaba en
materia serrando los árboles cuando el tercer Demonito se puso a enredar las
raíces y las ramas del bosque, con lo cual el bueno de Iván no podía trabajar.
Pero nuevamente se percató de la presencia del Demonito y sorprendido le
preguntó si era el mismo que había atrapado en ocasiones anteriores, y se
dispuso a rebanarle el gaznate. El Demonito le ofreció una tercera gracia,
mediante la cual Iván podía convertir las ramas y raíces de los árboles, así
como las espigas de trigo, en aguerridos soldados que no cesaban de reír y
cantar. El Imbécil, agradecido, le dijo las palabras –Ve con Dios-, por lo que
el tercer Demonito se evaporó.
Más tarde, Iván le ofreció el ejército de soldados a su
hermano Semán el Guerrero. Éstos mataron a unos campesinos humildes que vivían
en aldeas próximas, dejando cientos de bebés y niños huérfanos. El ejército
capitaneado por Semán, continuó su andanza declarando la guerra a los pueblos
cercanos, derrotándolos y conquistando sus propiedades, adquiriendo grandes
riquezas. Después, Semán el Guerrero, satisfecho de los despropósitos
cometidos, construyó un palacio y formó una familia.
Las mujeres e hijos de los mujiks masacrados se acercaron a
la cabaña de Iván el Imbécil y le relataron lo sucedido. Iván, al enterarse de
las fechorías de su hermano se negó a proporcionarle más soldados.
El Demonio, viendo que los acólitos, que había enviado a
incordiar a esta curiosa familia para sembrar la desgracia, no regresaban y que
los hermanos de Iván el Imbécil prosperaban, decidió actuar en persona.
Disfrazado de Mercader, visitó a Tearás el Banquero y le ofreció más dinero del
que poseía pero con la condición de que se lo devolviera en un plazo
determinado. Tearás se dedicó a despilfarrar este préstamo y a derrochar sin
control, hasta que cumplió el plazo que le había dado el Mercader, que no era
otro que el Demonio disfrazado. El hermano déspota de Iván el Imbécil se vio
arruinado, lo perdió todo, incluido su palacio, y regresó con la cabeza gacha a
la casa de su bondadoso hermano, que lo tuvo que mantener junto a su esposa y
sobrinos.
El Demonio, satisfecho en parte, se dirigió a los territorios
de Semán el Guerrero, fingió se su amigo, se ganó su confianza, formó una
alianza con él, le ofreció pólvora mojada y lo incitó a invadir los territorios
y países de otros Reyes más poderosos. Lógicamente, y llevado por su locura,
ambición, codicia y estupidez por creer en el Diablo, Semán fue derrotado.
Perdió hasta el último de sus soldados y propiedades y pidió clemencia y se
refugió en la cabaña de su hermano Iván, el cual, llevado por su buen corazón
lo acogió.
No contento con esto el Diablo, viendo que esta familia, que
tan enconadamente quería arruinar, subsistía aún, tomó la decisión de acabar
con Iván el Imbécil. Decidió pervertir a Iván y que éste se volviera un déspota
con sus hermanos, dándole riquezas desmesuradas con la condición de que no
protegiera a su familia. Pero Iván no cayó en la trampa, repartió el dinero
entre los humildes y necesitados campesinos vecinos suyos, y no se quedó nada
para él. Continuó siendo humilde, trabajador y buen hermano. El Demonio cayó en
su propia trampa, puesto que los campesinos así tuvieron con qué subsistir y no
murieron de hambre y frío durante el invierno que se aproximaba. Iván siguió
siendo un buen mujik y con sus propias manos, construyó un palacio para el
Demonio. Lo único que Iván pidió al Demonio como gratificación a cambio de
construir el palacio, fue el don de poder salvar una vida.
Un buen día el Demonio, viviendo ya en su grandioso palacio,
se vio en un apuro: necesitaba carbón, víveres y agua para poder sobrevivir al
crudo invierno. Ningún campesino aceptaba su oro puesto que ya tenían el oro
que Iván les había regalado. Así pues, y desesperado por el frío, hambre y sed,
se tuvo que poner a trabajar él mismo para adquirir aquello que necesitaba con
sus propias manos. Le había salido el tiro por la culata.
Iván tenía ahora un as en la manga ¡¡la facultad de salvar
una vida!! Resultó por aquellas fechas que la hija del Zar del Reino en que
vivía nuestro trabajador, astuto y bondadoso campesino enfermó de una extraña
enfermedad que no parecía tener curación. Este Zar ofreció todas sus tierras,
aquellas que trabajaban los campesinos, a cambio de un remedio que curara la
enfermedad de su hija. Iván tuvo su gran oportunidad y se presentó ante el Zar,
al que le ofreció la extraña semilla que el Diablo le había regalado a cambio
de la construcción de su palacio. El Zar en señal de agradecimiento por la
generosidad de Iván, le ofreció la mano de su hija.
Y así, de esta forma, todos en este Reino pudieron ser
propietarios de sus tierras. Todos trabajaron con sus manos sus tierras,
incluidos el Demonio, Tearás el Banquero y Semán el Guerrero. Iván el Imbécil,
amplió su cabaña y la arregló, y fue feliz con la hija del Zar.
Moraleja: El imbécil no resultó ser Iván, si
no el Demonio. A veces las cañas se vuelven lanzas. El que ríe el último, ríe
mejor. Cualquier sueño puede volverse real.
AUTOR: E.M.